Ella saludaba desde un tren de bronce, todos los días, con una mano casi blanca. Cuando su vestido verde y el tren desaparecían, el pueblito quedaba más triste que antes en medio del desierto. Pero Miss Annabel no viajaba.. Trabajaba con los ingleses en una oficinas frente a la estación, y como su horario de entrada coincidía con el tren de las 7.58, pasaba por uno de los vagones de primera clase para evitar un rodeo. No era inglesa, aunque lo pareciese, pero tanto en casa como en el pueblo la llamaban Miss Annabel. Miss Annabel era mi tía, la tía más hermosa que tuve.. Una vez al año los ingleses nos regalaban un ticket para viajar gratis a cualquier punto del país, Miss Annabel preparaba el viaje con un mes de anticipación, entre nerviosa y alegre, cosiendo la ropa de todos y la propia, llenando valijas con objetos de viaje, de los que recuerdo todavía sus enaguas con puntillas rosadas. Llegado el día, antes de subir al tren nos recomendaba hablar despacio y pedir todo por favor, ya que en los trenes viajaba la gente rica y había que ponerse a tono. Después nos íbamos hacia las maravillas de los viajes. El tren parecía entonces un parque y era realmente hermoso ir sentado al lado de miss Annabel, sintiendo que uno formaba parte del orden y del lujo a medida que el paisaje nos revelaba la existencia real de los ganados y las mieses. Y todo esto, decía ella, gracias a la infancia dickeniana de Stephenson, que inventó la locomotora a partir de la contemplación de un recipiente con agua que hervía.
En los trenes de ahora, gastados por el tiempo, no se ven muchachas hermosas como la tía Annabel. Hay solamente hombres callados, familias macilentas que bajan del norte empobrecido hacia las ciudades ricas del litoral. La pobreza de estos trenes es majestuosa, desprendida del Imperio Británico, quizás de los slums de Londres que nos mostraba Miss Annabel en el álbum de fotografías que le regaló mister no sé cuánto, una tristeza de parque centenario con pinos que nunca conocieron la nieve..
Miss Annabel, que era hermosa, comenzó a envejecer con los ferrocarriles, pero afortunadamente, murió antes de la declarada decadencia de los trenes. Alcanzó a ver cómo los vagones se llenaban de gente que comía pollo hervido, tomaba mate y llevaba loros en jaulas, todo lo cual provocó un gesto que alteró para siempre su hermosura. Ella murió soltera, vestida con colores alegres, sin enterarse de muchas cosas y sin saber exactamente qué eran los ferrocarriles, y qué pasaba en el mundo por aquellos días, sin presentir siquiera lo que vendría después.
"Someone is speaking.. But she doesn't know he's there"